El mercado del cannabis en la Argentina tendría un amplio desarrollo económico y productivo
A pedido del Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación, un estudio realizado por el Dr. Andrés López, Director del IIEP (Instituto Interdisciplinario de Economía Política), analizó el mercado internacional, los diferentes jugadores del sector, el rol estatal y el privado, y su explotación en diferentes usos.
Por PABLO FERNÁNDEZ, redactor de Saldo a Favor
La producción y comercialización del cannabis parece un tema tabú en la Argentina. Hace tres años se promulgó una ley al respecto en la que se permite el uso del cannabis para fines medicinales, pero no se avanzó demasiado al respecto, ya que solo se logró que se aplicara a pacientes que padecen epilepsia refractaria. Y, a mediados de este año, el Ministerio de Salud presentó una nueva reglamentación ante el Consejo Consultivo creado para el avance de la norma en cuestión, la cual posibilitaría el autocultivo, la producción pública con controles de calidad y la investigación para el uso en otras patologías.
“De acuerdo con las convenciones de Naciones Unidas, desde hace décadas está prohibido todo tipo de uso de cannabis, a excepción de que sea para experimentación científica y medicinal, la cual tiene que estar especialmente controlada con un sistema de protocolos y licencias riguroso. O que se cultive con fines industriales o de horticultura, ya que sus tallos, hojas, semillas, etc., pueden ser utilizadas para fines textiles, bioplásticos o incluso biocombustibles”, asegura Andrés López, Director del Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP) y Profesor Titular de Desarrollo Económico, en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.
Y no son pocos los países que usufructuaron los diferentes usos de esta planta, “incluso algunos han autorizado la producción de cannabis para consumo recreacional, como Uruguay, Canadá y algunos estados de los Estados Unidos. Y muchísimos países más han avanzado con autorizaciones para la producción de cannabis para usos medicinales con distintos tipos de esquemas regulatorios”.
Ahora, ¿dentro de este mapa mundial, en qué lugar se encuentra nuestro país? “En la Argentina el cultivo de cannabis, aunque sea de la variedad cáñamo, con bajo o nulo contenido psicoactivo, está penalizado por la ley de estupefacientes (salvo la excepción dispuesta en la ley de cannabis medicinal sancionada en 2017)”, comenta el Doctor en Economía, quien agrega que “en los Estados Unidos ocurría similar a lo que pasaba que en la Argentina. Pero, hace dos años, se dictó una ley que habilita la plantación de cáñamo, poniéndole un límite muy bajo a la cantidad de THC que pueden contener las plantas”.
Y la apertura hacia los distintos usos del cannabis no deja de abrirse en diferentes países, incluso algunos de la región: “Entre lo recreacional que se autorizó en algunos países y lo medicinal que se autorizó en muchos más países, que llegan a unos 40, sumado a los usos industriales a los que hacía referencia al principio, como el textil, el plástico o los combustibles, empezó a aparecer también el interés de ciertos grupos económicos privados en invertir en esta industria. Y algunos países, como Colombia, Jamaica o Uruguay, se vieron interesados en atraer estas inversiones, tanto extranjeras como locales, fundamentalmente para exportar sus productos”, analiza el investigador de la Facultad.
La potencialidad del mercado local
En el marco de una investigación que llevó adelante López a pedido del Ministerio de Desarrollo Productivo, “la idea también era ver, en esta industria nueva, cómo se mueve el mercado, quiénes son los jugadores, cómo son las regulaciones que los diferentes países están adoptando para legalizar estas actividades, y qué rol puede jugar todo esto en un país como la Argentina”.
Sin ir más lejos, en nuestro país, quien parece haber picado en punta es la provincia de Jujuy. Allí se instaló la firma Cannava, ubicada en la localidad de Perico, a 40 km de la capital provincial. Sin embargo, “son muchas más las provincias interesadas en descubrir nuevas fuentes de negocios a partir del uso del cannabis, como Corrientes, Misiones, La Rioja, Mendoza y San Juan. Y también hay proyectos privados, el más grande de los cuales se encuentra en la localidad de San Pedro, en Buenos Aires, cercano a un predio del INTA, ya que bajo la actual legislación todo proyecto de cultivo debe involucrar a dicho instituto o al CONICET”.
“Pero, por ahora, Cannava es la única firma que consiguió autorización, y recién este año está comenzando a cultivar, aunque todavía no empezó a vender. En principio van a producir aceite. El interés de estas inversiones es, por un lado, posicionarse en la Argentina, para cuando empiece a despegar el mercado de medicamentos y otros derivados basados en cannabis, tanto para consumo interno como para exportación. Hablamos de otros derivados porque además de medicinas de prescripción se pueden comercializar otros tipos de presentaciones (por ejemplo, fitoterápicos, suplementos dietarios, cosméticos, etc.), que hoy se venden de manera ilegal, aunque no es difícil encontrarlos en el mercado”, afirma Andrés López.
“El estudio -sostiene López- tiene por finalidad ver el potencial que tiene esta industria. Por un lado, en términos de mercado, tanto en la Argentina como en América Latina, pero también en términos de desarrollo y productivo. Ya que a lo largo de la cadena de valor del cannabis se precisan conocimientos de genética vegetal, controles de calidad, testeos, mecanismos de protección de los cultivos, etc.”.
Y, en cuanto al potencial económico estimado que podría tener la plantación, distribución y comercialización del cannabis en sus diferentes versiones, López dice que “en el 2018, en todo el mercado mundial, que está compuesto, principalmente, por Estados Unidos y Canadá, se comercializó por u$s 10.000 millones anuales. No es una cifra nada despreciable, pero hay que aclarar que más de la mitad de esta cifra corresponde a la venta de cannabis recreacional”.
Trasladando esos números al mercado local, “no sería audaz pensar en que podría situarse en alrededor de u$s 200 millones al año. Si a esto le agregásemos la variable recreacional tendríamos un monto que sería, como mínimo, similar. Y el sector industrial hoy es minoritario, pero el día de mañana podría crecer mucho, lo mismo que el medicinal, ya que hay una gran cantidad de investigaciones que se están haciendo en forma permanente sobre usos del cannabis. Es decir que, siendo conservadores, podríamos estar hablando de un mercado interno de unos u$s 500 millones anuales en el mediano plazo”, comenta el investigador, y siempre sin tener en cuenta la variable de la supuesta exportación de productos de este tipo.
Sin lugar a dudas, para que esta industria se transforme en una realidad hacen una falta una serie de cambios. “En el caso del uso recreacional lo que haría falta es tomar la iniciativa para legalizarla, aunque es algo que no lo veo muy cerca en el tiempo, porque una cosa es que despenalicen el consumo, y otra es que se legalice la producción y venta”. En cualquier caso, si se diera la discusión sobre legalización, hay varios modelos para elegir, desde unos más comerciales, como los de varios estados de los EEUU, a otros más restrictivos, como el uruguayo, donde se vende el cannabis recreacional a través de farmacias (además de la posibilidad de autocultivo o producción en clubes), en variedades con límites no muy altos al contenido de THC, los consumidores tienen que figurar en un registro y no se puede vender más de determinada cantidad por semana, entre otras cuestiones. Incluso, si bien el cannabis lo producen empresas privadas, está regulado por el Estado”, relata el Profesor.
“En cuanto al cáñamo, lo que habría que hacer es habilitar su cultivo, ya que tiene muy bajo contenido de THC y no es psicoactivo. Incluso las convenciones internacionales no prohíben su cultivo. Y después cada uno verá qué negocio le encuentra al mismo, que puede ser el industrial e incluso el medicinal, ya que por ahora el mayor desarrollo de este último se basa en el uso de CBD (cannabidiol), el cual no es psicoactivo”, subraya López.
“Después, en cuanto a su faceta medicinal propiamente dicha, hay que probar que el cannabis es eficaz para el tratamiento de ciertas patologías, algo que lleva tiempo ya que, como con cualquier medicamento de prescripción, hay que hacer los ensayos clínicos respectivos, y es algo que no ocurre de la noche a la mañana”.
La otra pata en la discusión son los derivados que no se venden bajo prescripción (similares a los que uno encuentra en una farmacia cuando va a comprar valeriana para dormir o gingseng para la memoria). Esto requiere aprobación de la ANMAT, la cual por ahora no autoriza este tipo de variedades cuando tienen compuestos cannábicos. En la medida en que se pruebe que estos productos son seguros, se podría habilitar su venta, como ocurre, por ejemplo, en Gran Bretaña. Porque, por otra parte, este tipo de productos ya se comercializan, pero sin ningún tipo de control y no se sabe con qué están hechos”, analiza el investigador.
Por último, a modo de cierre Andrés López cree que, “en parte, la prohibición de la comercialización de derivados del cannabis se basa en que si, por ejemplo, se habilitase la venta de yerba mate con CBD, esto puede hacer que se reduzca la percepción de riesgo en buena parte de la población acerca del cannabis en general, o de la marihuana como psicoactivo en particular, porque hay gente que no lo va a distinguir. Por eso es fundamental que, en caso de que se legalicen, se lleva a cabo una buena campaña de información”.